sábado, 2 de junio de 2012

COMPARTIENDO EXPERIENCIAS


 El presente artículo pertenece a una serie de posts escritos por reconocidos docentes  de otras Instituciones Educativas sobre temas diversos.  Agradecemos su gentileza de compartir con nosotros sus experiencias, enfoques e ideas.

¿El hábito hace al monje?

 Por: Reylinda Currillo Cárdenas*

Recuerdo que  cuando era niña mi madre siempre repetía: “No importa  si tu ropa está vieja  lo importante es  que esté limpia”. A veces pienso que lo decía para disimular nuestras carencias económicas. Lo cierto es que  fui creciendo con esta idea, sin darle mayor importancia a lo que llevaba puesto. Así  terminé la Universidad, vistiendo un pantalón jeans de marca desconocida,  polos raídos y ocupando el primer puesto de mi promoción. Se suponía que tenía todo para triunfar: juventud, algo de  inteligencia, perseverancia, y otros valores más.

Siendo bachiller busqué trabajo en Instituciones Educativas Privadas y lo conseguí. Creo que  me contrataron por el expediente que tenía (primer  puesto no lo obtiene cualquiera, o ¿si?). La promotora  mientras me entrevistaba y hablaba  sobre cómo se trabajaba ahí, no dejaba de observar  mi ropa   y al final me dijo: “Queda usted contratada y  usará traje sastre”. Me sonó a una orden pero  acepté abriendo los ojos y asintiendo con una sonrisa.

 Durante todo el otoño y el invierno, asistí con  ese saco   sastre de paño, grande y sin forma. Fue sumamente incómodo, sentía que sudaba, que todos me miraban y eso me fastidiaba; pero  habiendo aceptado, debía utilizarlo, no tenía otra opción.

Casi a fin de año con ese mismo traje, además era el único que tenía,  me presenté a dar mi examen de grado. Cuando obtuve el ansiado título de Licenciada me dije: “Ahora a triunfar, se acabaron  los trajes sastres horrorosos”. Busqué y logré  trabajar en colegios estatales; así que, volví a los jeans y polos y una que otra blusita para las actuaciones centrales. Estaba feliz. Era yo, nadie me obligaría a usar lo que no quería. Así pasaron 03 años. Según yo, mi madre seguía teniendo razón. Si embargo,  un día mejor dicho una infeliz tarde, la realidad me dio  un puñete en la nariz.

Hacía ya varios meses que no  me salía la  bendita RD de contrato y en la UGEL me dijeron que vaya al Ministerio  a averiguar; ya que,  al parecer esa  plaza tenía problemas. Dije  está bien, iré. Y así fue.  

Para ir, pedí la compañía de una colega del mismo colegio estatal; pero, a diferencia mía,  ella siempre estaba  arreglada. Además vestía formalmente- saco, blusa,  falda y zapatos con taco- y yo como lo manifesté antes: jeans,  polo y zapatillas. Todo estaba  bien,  hasta que llegamos a la puerta del Ministerio de Educación. Ella saludó e  ingresó de frente. Yo intenté hacer lo mismo  pero el vigilante me detuvo, me pidió DNI, revisó mi maletín, me hizo mil preguntas  y finalmente me dio un fotocheck de visitante. Me pregunté ¿por qué a mi me hicieron pasar  por todo esto y a ella no ?.. ¡La respuesta no fue  difícil deducir! Me sentí humillada y ofendida pero  entendí que ese era su trabajo. A fin de cuentas,   mucha gente juzga   a otra  solo por la ropa que usa.
Muy triste,  aquel día aprendí  una  lección que a mami -o a mis profesores- se le  olvidó enseñarme: “La mujer del César no solo debe serlo, sino parecerlo”...

Desde entonces me esmero  en vestir  de manera apropiada e impecable,  aún estoy en ese camino. Es cierto, ganamos poco, no obstante;  hay otra salida. En muchos colegios estatales, los docentes  han optado por usar uniforme. Este acuerdo es genial, pues  aparte de  mejorar la imagen  del maestro, ayuda a crear o fortalecer su  sentido de pertenencia, de identidad con su institución. Hay que intentarlo, no es difícil. Si no hacemos ni uno ni lo otro, ¿cómo podríamos   exhortar   (o exigir) a nuestros  estudiantes para que asistan al colegio correctamente uniformados, peinados y aseados?   Sería incoherente, absurdo y desatinado.

 Sin duda, es muy importante valorar a las personas  por sus capacidades, sus valores, sus actitudes, etc. pero estos  no se ven a simple vista; requieren de  un tiempo  y sobre todo de un trato más directo. En todo caso, nadie podrá  negar que la   presentación personal   también “habla”  de cada uno de nosotros.

*Docente del área de Comunicación. IE N° 3074 “Pedro Ruiz Gallo”- Puente Piedra

2 comentarios:

  1. En la actualidad la imagen es muy importante sino porqué gastan tanto dinero los candidatos presidenciales en contratar asesores que les digan cómo deben lucir.

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  2. Wilfredo Pérez Ruiz2 de junio de 2012, 22:31

    Está demostrado que la mayoría de las decisiones se determinan por la influencia visual: “No existe una segunda oportunidad para causar una primera buena impresión”. Una imagen individual positiva le abrirá nuevas oportunidades.

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